28/6/09

Kobetasonik '09, de una ida y una vuelta (Parte 1)

Héteme aquí una semana más, en plenas vacaciones y con mucho tiempo libre. Espero que el verano no afecte a todo el mundo por igual, ya que si lo vivierais como yo lo estoy viviendo tendríamos una depresión a escala planetaria.

Como anticipé hace algún tiempo, la racha de conciertazos veraniegos acaba de empezar, y un servidor ha vuelto de uno de los festivales españoles con más renombre, el Kobetasonik, que se celebró el viernes y sábado de la semana pasada y que seguidamente pasaré a comentaros.

Como nadie se dejó engatusar por mi oferta, al final me tuve que liar la manta a la cabeza y ponerme a los mandos de mi buga rumbo a Bilbao, a unos 500 kilómetros de donde vivo, yo solito.
El interior de mi coche era para verlo. Con el aire acondicionado y la radio estropeados, tuve que apañármelas de forma casera para poder resistir las más de 10 horas que me pasé al volante. Me compré un ventilador portátil con una práctica pinza, cogí una radio de mano con reproductor de CD, y preparé un cargamento extra de refrescos. La lástima fue el GPS, que por todo lo que me hizo lo tengo en mi lista negra.

El viaje de ida fue bien. Algún que otro escarceo con las salidas, que inexplicablemente me conducían al autopista de pago, pero poco más hasta que llegué al casco urbano. Allí fue, a 12 kilómetros de la meta, cuando el tráfico se paró cosa de media hora. Yo, como todos los conductores me estaba cagando en lo que no está escrito. Lo que no pude saber por aquel entonces era que el parón del tráfico se debía a un nuevo atentado de la ETA, que por lo que se ve había ocurrido a pocos metros de donde nos encontrábamos.

Después de tres años de festivales, puedo decir que este se desarrolló de manera tranquila y ordenada. No tuve que hacer colas, no me perdí ningún concierto en contra de mi voluntad, y encontré un lugar donde acampar justo al lado de la entrada. A parte de la jodienda de estar solo, no hubo nada desagradable a destacar con respecto a la llegada.

Primer día, 19 de junio.

Con mi flamante brazalete negro ya puesto, me dirigí al primer concierto de la jornada, Idi Bihotz, unos vascos que habían tocado el año anterior en Ripollet junto a Bonfire. Mis huesos estaban completamente recuperados debido a la siesta que me había tomado antes, así que empezaba a pasármelo en grande. En esos momentos, contra todo pronóstico, me encontré con un viejo conocido, amante acérrimo de Dream Theater, con lo que la perspectiva de la soledad mitigó en grado sumo.

Acordamos en no perdernos a Crucified Barbara, un grupo compuesto enteramente por féminas, y dejar un poco de lado los que tocaban justo detrás suyo, Gojira, unos franceses que se han ganado un nombre en la escena heavy europea. La razón la puse yo: Por nada del mundo iba a perderme una sola canción de Devildriver.
El Hard Rock de Crucified Barbara sonaba estupendamente, aun con el hecho de que se hubiese puesto a llover a cántaros.

El recinto del Kobeta era un barrizal, y caminar por allí me recordaba a las películas bélicas de hollywood. Mis botas me protegían de la humedad, pero ganaron el doble de su peso en barro.
Devildriver presentaba nuevo disco, un álbum que sigue con la estética extrema que empezó con The Last Kind Words pero con un mejorado aspecto técnico. La lástima fue que tocasen tan poco rato, dejándose en el tintero temazos del primer disco que hacen enloquecer al público, como Knee Deep o The Devil's Son.

La lluvia no cesaba, y yo necesitaba una cerveza. Los siguientes en actuar eran Hot Leg, un grupo glam liderado por el ex-The Darkness Justin Hawkins. Los gorgoritos de este hombre me ponen los nervios de punta, además sentía curiosidad por como era un concierto de Doom metal (el único representante de este estilo que he visto en un festival era el que seguía a Hot Leg, Cathedral). Yo y mi colega nos aposentamos en primera fila, y el me presentó a una amiga suya, que resultó ser la presidenta del club de fans de Metallica de España. Nos pusimos a charlar animadamente de la próxima visita de los chicos de L.A. a la ciudad condal (¡OMG que ganas!)

Lo único que puedo decir de Cathedral, y del doom en general, es que me aburre. No me transmite nada de nada. Además ya era hora de comer. A las tres o cuatro canciones le dije a mi colega que me iba a estirar las piernas. El se iba a quedar allí para ver Trivium, y yo le dije que me volvería a pasar después de echarle un vistazo a Cradle of Filth.

Dani Filth saltó al escenario como un polluelo sicótico envuelto en cuero y pinchos. Creo que es la descripción que más justicia le hace. No me había dado cuenta de lo mucho que puede influenciar la estética a un videoclip, hasta que ves al grupo en directo y el cantante no hace más que pasearse de un lado a otro del escenario, profiriendo grititos y tratando de vocalizar las canciones (sin demasiado éxito, cabe decir) La palma se la llevaba el resto de la banda, sobretodo los efectos sonoros y los arreglos, como melodías a órgano y coros invisibles. Además no sé como se las apañaron los de iluminación, que lograron una atmósfera nocturna en el escenario cuando aun estaba claro el cielo.

Me fui de allí y contemplé a Trivium en la lejanía. Como siempre, espectaculares.
Y con esto llegamos a la hora crítica. Hasta entonces el ritmo del día había ido bien. La lluvia había cesado y unos dos o tres camiones llenos de balas de paja habían llegado en nuestro socorro, solucionando el problema del barro. La gente empezó a dejar el escenario 1 para irse a ver Journey, y yo tuve que elegir.
Podía irme al escenario 2 y ver como era Journey, uno de los platos fuertes del festival, pero con eso perdía posiciones para ver bien al Manson. Decidí quedarme, buscar a mi colega, y prepararme para lo que sería uno de los conciertos más brutales de mi vida: Machine Head.
Los ánimos empezaron a caldearse a poco de empezar Jorney. La gente ansiaba avanzar posiciones, y colocarse cuanto más adelante mejor. De pronto me vi rodeado por una marabunta de gente extraña, pintarrajeados como muertos vivientes o como vampiros. A mi lado tenía un grupo heterogéneo de punketas quinceañeros que solo sabían hablar a voces.
Entonces Machine Head entró en escena, y supe como se siente una naranja en la exprimidora. Una fuerza que no sabías de donde venía te empujaba desde atrás, y te estampaba contra la fila de alante sin que tú pudieras poner siquiera los pies en tierra firme. La música sonaba a todo trapo, y una auténtica marea de gente se movía hacia delante y hacia la derecha, envueltos en un frenesí suicida. Me acordé en seguida de los directos de Slayer.

Después de lo que me parecieron horas, y he de reconocer que Machine Head es un grupo cojonudo, al fin pude respirar un poco. Desde entonces hasta que empezó Marilyn Manson tuve que moverme para no quedar aprisionado entre dos hileras de piernas que me obligaban a estar a la pata coja.
Lo había conseguido. Estaba más o menos en tercera fila, justo en el centro del escenario, a pocos minutos de poder ver al fin un directo de Manson, de los que tanto se ha hablado.

El reverendo hizo acto de presencia desde atrás de una inmensa cortina de tela negra, vestido como un bufón y berreando algunos temas de su último álbum. El espectáculo tenía un nosequé que hasta a mi (digamos un profano aun) me resultó incómodo. Entre canción y canción, el grupo se quedaba en silencio mientras unos actores disfrazados de asistentes corrían solícitos hacia el cantante, le secaban el sudor, lo maquillaban, le daban agua, pastillitas, y le hacían respirar oxígeno con una mascarilla. Aquello me resultó gracioso. Recordaba a Manson de algunos conciertos que había visto en Youtube, y lo que veía delante mío ahora era un actor fofo de movimientos lentos. Quizá, me dije, quería acentuar esa imagen que daba de estrella del rock acabada y consumida con esos parones; para acto seguido, cuando fuese a terminar el concierto, atacar con su mejor repertorio de canciones violentas. Aquello no llegó a pasar nunca.

Lo peor fue cuando el maldito bastardo empezó a insultar con mala baba al público. Ya no era el llamarnos motherfuckers (cosa que hacen muchos grupos, y que interpreto como un "cabroncetes"), eso era ya insultar nuestra inteligencia. Empecé a sentirme estafado cuando empezaron a bromear entre ellos. Parecía un grupo que iba al local de ensayo en un día de perrería, de esos en que se hace de todo menos ensayar. Se intercambiaron instrumentos, se hizo el paripé hasta el ridículo, y hasta hubo un momento de relax con unos cigarrillos de amigo. Eso mientras se oían lindezas como: ¡gordo cabrón! ¡Espabila de una vez hijo***a!


¡Ag, agua! pensaba que era orujo. ¿No estábamos in the fucking Spain?

En fin. Eso fue todo en mi primer día de festival. Tenía las costillas en carne viva, el sentimiento de haber desaprovechado la última hora de la noche aunque hubiese tenido al mismísimo Marilyn Fucking Manson a tres metros de mí, y unas ganas de quitarme la ropa mojada que tiraban de espaldas.

Ah, si. El último grupo en tocar aquel día fue Suicidal Tendences. Estoooo ¿Skate-metal? Preferí mil veces mi saco de dormir. Más dentro de unos días. ¡Agur!

S.

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