4/6/08

Recuerdos de la inmensidad

Hace años que no tengo un despertar como ese.

He tenido muchos despertares bonitos en mi vida, casi todos ellos al lado de la persona que amo, después de una noche apacible y tranquila. Pero ninguno como aquel.

Tenía quince años, mi familia nunca había viajado tan lejos, pero ahí estábamos, metidos en el coche y recorriendo quilómetros en dirección a París. Después de horas, mi walkman se había vuelto repetitivo, al igual que el paisaje, y estaba cansado de tener abiertos los ojos.



No recuerdo que soñé, pero era algo que me producía nostalgia. De pronto una suave melodía me abrazó como una brisa fresca, sacándome poco a poco del ensueño. Desperté, envuelto en mi abrigo hasta la nariz. Todo estaba en silencio, todos estábamos callados y mirando al frente, hacia la carretera solitaria que no acababa. Ni siquiera se percibía el sordo sonido del motor. La melodía, aquel cándido piano seguía sonando tenuemente, y entonces miré afuera, como queriendo comprobar que seguíamos en movimiento.

Un profesor de literatura me dijo una vez que muy pocas veces nos damos cuenta de la inmensidad del mundo, de lo sobrecogedor que puede llegar a ser el universo y la indescriptibilidad que nos supone. Ha habido poetas que lo han descubierto en la soledad de sus estudios, pensando en sus amadas y en el ideal del amor, y soldados que justo antes de morir en batalla han descubierto un mundo mucho más gigantesco que sus vidas, que sus ideales y su deber.

Creo que esa fue una de esas veces. Todo a mi alrededor estaba inmóvil y yo podía observarlo, ver como la vida y las experiencias se reducía al paisaje. Hasta donde alcanzaba mi vista era un descomunal campo de trigo verde. El sol, ya bajo, bañaba con sus últimos rayos la tupida manta vegetal, que parecía un impertérrito mar dorado. No hacía viento, no había casa alguna, ni gente, ni pájaros surcando el cielo. Solo yo, nosotros, esa pequeña vaina transitando por en medio de la única cosa gris y artificial que había por allí.

La música era una excusa para todo eso, lo sé. Pero hubiera podido seguir durmiendo y perdérmelo de no haber sido porque pusieron ese cassette de Enya en la radio. No osé moverme hasta dentro de un rato, y seguí en silencio con mis pensamientos hasta que el piano calló y se esfumó el momento. Se había hecho de noche.

S.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho.

No somos nada, seamos felices mientras esto dure y si morimos hagámoslo con una sonrisa. Seamos felices.

Ya sabes quien soy

Anónimo dijo...

Muy bueno S, de lo mejor que he leido tuyo hasta la fecha. Y mira que soy un gran aficionado a tus obras.

XBlack dijo...

¡He publicado algo nuevo! échale un ojo si vols ;)

Kisset!

Chris

Javi dijo...

Verdaderamente hermoso, me ha encantado!!!!
-javi-