2/8/08

Los sucesos de "Can Carnicer Nou"

En mi casa han vivido cuatro generaciones, contándome a mí. Todo empezó con mis bisabuelos, Salvador y Marguerida. Ambos eran de fuera del pueblo pero se establecieron aquí y empezaron a construirse una casa a las afueras.

Antes de que la levantasen, esto era un gran campo de viñas, y les costó lo suyo comprar el terreno. Salvador hizo horas extra en la fábrica de uralita, y fueron prosperando.
En 1934 la construcción había finalizado, y vinieron a vivir con sus dos hijas, Roser y Esperança, mi futura abuela.

Cuando era joven, Esperança cogió unas fiebres y tuvo que guardar cama. Por aquel entonces su madre no pasaba mucho tiempo con ella. Siempre había sido una mujer con un carácter muy fuerte, y la maternidad nunca estuvo hecha para ella. Se iba largas temporadas a Madrid, dejando sola a mi abuela.
Allí estaba Esperança, sola en su cama encarada a la puerta del pasillo. A su lado, la mesilla hecha con cáñamo que guardaba sus cosas.
De repente, el mueble tembló y volcó solo, produciendo un estruendo que la sacó del sueño.

Entonces vio una luz que venía del pasillo. Como su madre se empecinaba en tener siempre las ventanas cerradas, en la casa siempre reinaba una penumbra en ocasiones asfixiante. Esperança notó que esa luz se acercaba des del fondo del pasillo, pues las paredes y los objetos que podía ver a través de la puerta se iban iluminando cada vez más.
Entonces llegó al umbral una figura de luz, que se deslizaba lentamente suspendida en el aire. Pasó junto a mi abuela y se paró frente al espejo. De pronto empezó a alargarse, a estilizarse tomando formas de persona. Mi abuela no pudo resistir más y se cubrió con la manta y empezó a chillar.
Al cabo del rato, muerta de miedo se descubrió otra vez, y en la habitación ya no había nada.

Los años fueron pasando, y Marguerida estableció amistad con una mujer del pueblo un tanto peculiar. Las malas lenguas hablaban que ella y su esposo practicaban la magia. Se decía que usaban unos manuales denominados Los Libros de las Malas Artes. El marido ya demostró en el café del pueblo que no era algo que tomarse a risa. Los ancianos iban allí a tomar el carajillo y jugar al dominó, y se rieron de él cuando este les contó sus pretendidas habilidades. Herido en su orgullo, les propuso que subiesen todos al altillo del local, destinado a jugar a las cartas, mientras él se quedaba abajo con su libro.
El viejo lo abrió, encendió una vela a su lado, y empezó a recitar sus conjuros, poniendo de vez en cuando una mano encima de las páginas. Entonces, cada vez que apoyaba la mano en el libro, arriba sonaba un fuerte golpe, cada vez más intenso. Hasta que fueron ya grandes batacazos y los que se habían mofado de él bajaron las escaleras como alma que lleva el diablo.

Su mujer no se quedaba atrás. Era experta en maquinar con asuntos amorosos, y una vecina le había pedido ayuda para poder quedarse con Esteban, el novio de Roser, la hermana de mi abuela.
Esa bruja empezó entonces a mandarles cartas anónimas a Roser y Esteban, sembrando la discordia entre ellos. Eran misivas llenas de faltas de ortografía, muy poéticas, en donde dejaba a la altura del betún a Roser y alentaban a Esteban a dejarla, ya que había otra muchacha de mayor virtud que lo haría más feliz.

No se sabe como, mi bisabuela se enteró del ardid, y riñó con su amiga. A partir de entonces la ira de la bruja fue permanente. Echó un maleficio sobre la casa, y todos los que vivieron en ella pudieron notarlo hasta que murió.

El castigo consistía en un extraño fenómeno que se repetía frecuentemente, a partir de las 12 de la noche. Se podía notar, siempre en el vértice de dos paredes, el claro entrechocar de dos bolitas de vidrio. Nadie podía verlas, pero se oían claramente como si estuviesen dentro de la habitación, o quizá dentro de la pared. El entrechocar no cesaba, e iba subiendo por el vértice des del suelo hasta el techo. Cuando llegaba arriba del todo, se producía un ruido colosal que sacaba a todos de la cama. Era siempre un ruido inmenso, que solo oían los de la casa, ya que si hubiese sido real todo el vecindario se hubiese dado cuenta. Lo oyó hasta mi padre, cuando ya era novio de mi madre y vino a vivir aquí.

Hace ya de esto cerca de treinta años, y en todo el tiempo que llevamos viviendo nosotros aquí (mis padres regresaron en el 83 conmigo aun por nacer después de unos años viviendo en otra casa) no hemos notado nada ni mis padres ni yo o mi hermana. Aunque cuando era pequeño me sucedió algo curioso.

Encima de nuestra casa, que es del 34, mis abuelos construyeron la suya propia justo encima en el 69. Hasta ella se sube por unas escaleras algo destartaladas que empiezan en nuestro patio. Cuando contaba más o menos con seis años, visitaba a menudo a mis abuelos, contándoles historias que se me ocurrían o simplemente a pasar el rato dibujando. A veces mis padres me tenían que llamar para que bajase a cenar, y la faena era para mí porque tenía que bajar casi a tientas.Una noche particularmente oscura y silenciosa, salí y me quedé un rato en el balcón esperando que mi abuela viniese y encendiese la luz. Estaba solo mirando nuestro enmarañado olivo, cuando de repente algo me rozó la cadera. Fue un movimiento basculante y caliente. En pocas palabras: VIVO.
Se me erizó el pelo de la nuca, y casi al instante bajé la mano, que tenía apoyada en la barandilla. Mi palma descendió hasta que tocó lo que solo se puede describir como un gran lomo peludo y áspero.

Mi mente empezó a unir piezas a la velocidad del rayo: descartado que fuese un gato, aunque abundaban por el patio gatos vecinos, la altura no correspondía y la aspereza del pelaje hacía pensar en un animal diferente. ¿Un perro? Solo podía ser eso, aunque ¿como demonios podía estar ahí un perro si era del todo imposible que se pudiese haber colado? Aquella cosa emitió un gruñido que recordaré toda la vida. Una especie de queja grave y profunda. Luego arrancó a correr escaleras abajo como si se lo llevase el diablo. Trotó por el cemento más allá del cuarto de los trastos, y ahí le perdí la pista.

Cuando mi abuela llegó, me encontró pálido y sin palabras. Les dije a todos que había una pantera en el patio, pues mi mente de niño no supo encontrar otra explicación. Aquello no solo era grande y rápido, sino que por lo visto podía subir las paredes como si nada, porque nunca encontramos ni rastro.

¿Será este el fin de los hechos inexplicables que se han dado en mi casa? Espero que sí, porque le tengo mucho cariño y me gusta vivir en ella. Os mantendré informados.

S.

2 comentarios:

calcetinrayado dijo...

Ostras... y todo eso es real? A mi no me molaría vivir en un lugar así jeje qué miedooorrl! se me han puesto los pelosde punta, por momentos...

XBlack dijo...

Ya estaba yo al tanto de estas hitotias jeje ^^. Me encanta tu casa, tu y tu familia. Espero que nunca más nadie haga una cosa así, aunque yo soy bastante escéptica y no creo en esas cosas, al menos no si no lo veo o lo siento, cosa que no quiero hacer XP.

Mis mejores deseos.

Te llamé ayer ¿ande paras? aix...
Nuuuuuunca llamas ni ná, eres un rancio y con novia más... ranciox4.

Kiss,

C.