20/4/08

Para pararse a pensar

Creo que buena parte de lo que nos define, aquello en lo que nos hemos convertido, tiene su raíz a lo que nos fuimos encontrando de pequeños. Echando la vista atrás encuentro tardes perdidas ojeando álbumes de cromos, merendando cereales con leche y viendo la televisión.

A mi nacer en los ochenta y criarme en los noventa me proporcionó grandes dosis de estímulos que son los que creo han plantado las semillas de mi vena creativa. No había ni móviles ni internet, y a penas existía siquiera el VHS. Todo lo que había, a parte de dedicarle tiempo a los juguetes perdidos, era la televisión.

En esa época dorada vi series y películas que nunca más he podido volver a encontrar, ya que el título o cualquier referencia pasaban desapercibidos a mi infantil mente. Historias imaginativas, salvajes y hasta crueles, llenas de acción y momentos verdaderamente filosóficos. Ahora miro las cosas que les echan a los críos y no puedo sentir más que vergüenza, por su falta de gracia, espontaneidad e imaginación.

Quizá de los momentos más memorables eran esas mañanas de sábado, cuando uno encendía el televisor y nunca sabía lo que se iba a encontrar. Una vez, justo antes de que me llamasen a comer, contemplé uno de los peores horrores hechos en dibujo animado que se han hecho nunca. Fue tal la impresión de esas imágenes que se me quitó por completo el apetito. Debía tener ocho o nueve años, y me marcó de por vida. La verdad es que siempre me ha dado reparo volver a ver esa película de animación japonesa llamada Hiroshima (Masao Maruyama, 1983), y eso que tengo ya veinticuatro años. Trataba de la historia de un niño que ve en unas pocas horas como su mundo se evapora literalmente por obra de la primera bomba atómica que cae encima de su ciudad.

Pero no todo fueron escenas duras. También hubo algún episodio de los que hacen que se te erice el vello del brazo. Nunca jamás han vuelto a reponer esas joyas, así que lo he tenido peliagudo para reencontrarlas. Por eso me siento tan feliz de haber podido al fin, después de más de quince años, encontrar esto:

http://es.youtube.com/watch?v=Py9lQUFBVow

http://es.youtube.com/watch?v=zBhqe4_Ei9w


Este corto de animación forma parte de una película italiana titulada Allegro non troppo (Brunno Bozzetto, 1977), una genial parodia de la famosa Fantasía de Disney. La tengo entre mis películas favoritas por su poesía sin palabras, por su sencillez y humor negro que raya el pesimismo, y porque al verla hace que te cuestiones cosas.

Todo en esa película rezuma creatividad, es un canto (o grito) a la libertad de expresión y de pensamiento, y ahonda en las preguntas de qué somos, a donde vamos, y por qué nos autodestruimos. Da igual que la veas en tu lengua materna como en versión original sin subtítulos, el mensaje sigue siendo claro. Mediante una puesta en escena con actores reales en un sórdido teatro donde los directores son una mezcla de mafiosos sicilianos y miembros de la Gestapo, empezamos a intuir que lo que veremos a continuación no va a ser precisamente edulcorado.

Después de la preparación de la orquestra (compuesta enteramente por mujeres ancianas) y del dibujante (un hombre vestido de frac que se sienta en un pupitre y es capaz de dibujar tan rápido como la música que oye), empieza el primer corto animado, Preludio al pomeriggio di un fauno (Tema de Claude Debussy), la patética historia de un pobre ser fantástico que no puede satisfacer sus impulsos carnales, y vive obsesionado con las formas femeninas.

Le siguen Danza slavonica No. 7 Op. 46 (Antonín Dvořák), una crítica a la sociedad que sigue el mandato de las modas y las tendencias, unos dictados que a veces son para mejorar pero otras para ir a peor. Luego vemos el precioso Bolero (de Maurice Ravel), una visión irónica de la evolución, donde asistimos al nacimiento de la vida a partir de unas gotas de Cocacola, y como esta acaba subyugada al ser “inteligente”. Seguimos con el Valse Triste (Jean Sibelius), una de las piezas más bonitas a la vez que tristes de la película. Vemos un gato abandonado, que se pasea por una casa demolida rememorando los tiempos en que aun estaba en pie y vivía con su familia.

Para acabar tenemos Concerto in C major (Vivaldi), una graciosa historia donde el amor apasionado se convierte en el antagonista de una pequeña abeja. Finamente L’aucello di fuoco (Stravinsky), quizá lo mejor del filme (dejando a un lado el Bolero, que ha acabado siendo un símbolo en sí mismo y trasciende totalmente la película). En este último es donde más crítica a la humanidad hay: al consumo, las instituciones, la religión, la corrupción, el abuso de poder…

Después de todo esto la orquesta se marcha asustada por la serpiente que sale en el último corto, y la conclusión del filme queda a cargo de un hombretón bobalicón.

Es una última escena surrealista en la que el gigante escoge de entre unos miniteatrillos de madera un final adecuado. En esos teatrillos se suceden diversos gags con música entrecortada de fondo.

Ni que decir tiene que recomiendo esta película a todo aquel que esté cansado de las historias de color de rosa y happy end a las que nos tiene acostumbrado Disney. Por algo el título significa “Rápido pero no tanto” o mejor dicho “No tan rápido”, porque vale la pena a veces no plantearse la vida como un mantel perfectamente planchado sobre el cual la felicidad es intrínseca, sino que a veces hay que observarlo bien y ver que siempre tiene una arruga.

S.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ieps! Soy la Isa ^^
Acabo de leer detenidamente este artículo tuyo, y visto los videos son muy chulos :) aunque hay cosas que no acabo de entender, pero es muy original :P
Gracias por compartir esa infancia con el mundo ;)
Besos